Por Álvaro Cañada Adalid,
estudiante de Metodología de Enseñanza de la AF y el Deporte
No es conveniente elegir siempre el camino más fácil…
Sabemos todos que la educación escolar es un proceso distinto para cada uno, no obstante el mío fue cuanto menos “peculiar”. Es lo que tiene nacer en un pueblo de 147 habitantes, que tu colegio sea una sola clase en la que compartes pupitre con niños que son de hasta siete años mayores que tú, que hacen divisiones con decimales a la vez que tú juegas con la plastilina y viceversa…
Terminada esta etapa, cumples 12 años y pasas al pueblo de al lado, el cual tiene un instituto al que acuden niños y niñas de todos los pueblos de alrededor (el cual solo te deja cursar hasta cuarto de E.S.O), además de las sobras de los institutos de la capital de provincia. En primero de la E.S.O. era la segunda mejor nota de mi clase y todos mis profesores decían “es que este chico ha llegado con buena base” pues con esa “buena base” debí quedarme hasta cuarto de la E.S.O. Y poco más…
A medida que avanzaban esos cuatro años vi pasar a mi alrededor a alumnos buenísimos que ahora estudian una carrera (los cuento con los dedos de una mano), otros que obtuvieron su graduado escolar y abandonaron la educación escolar (varios) y otros que se iban quedando estancados en un curso como si éste les gustara demasiado, hasta que se retiraban del instituto vencidos por la propia educación (demasiados). Pero también vi pasar profesores buenísimos (también los cuento con los dedos de un pie) y muchísimos otros que llegaban, pasaban lista, impartían su clase y a las dos y media (como relojes) se marchaban a la ciudad donde residían como buenos funcionarios que son…
El caso es que terminaron mis cuatro años de E.S.O. y el tutor nos reunió a los cuatro o cinco que teníamos alguna aspiración distinta a coger la moto, fumar a escondidas o pelear y grabarlo con el teléfono móvil y sus primeras palabras fueron “si al año que viene suspendéis, tranquilos, el bachillerato no hay porque sacarlo en dos años, además no es vuestra culpa, no os pueden exigir lo mismo que a los demás ya que os falta base…” estas palabras cuyo propósito era que yo careciera de presión, casi hicieron que perdiese las ganas de enfrentarme a aquello que al parecer no estaba a mi alcance… pero en lugar de eso, me sirvieron de motivación cuando lo más fácil hubiera sido hacerme el zoquete y no intentar ponerme a la altura del resto. Pues saque el bachiller en mis dos años sin saber lo que es un suspenso, actualmente curso la mejor carrera del mundo (sin doparme ni nada) y aquí no creo que sea ni mucho más ni mucho menos que ninguno, simplemente diferente, como así ha sido mi educación.
Dice Daniel Pennac en su libro Mal de escuela, que “esto no hay quien lo arregle” (refiriéndose al actual sistema de educación), y yo creo que no es cuestión de ir pasándose la pelota los unos a los otros (quien tiene base y quien no y por qué… tonterías) porque esto no es culpa del ministro, ni del profesor de universidad, de instituto, del maestro de colegio, ni de padres o alumnos, esto es problema de todos y por lo tanto todos debemos arreglarlo. Porque como decía un gran profesor mío: “en una clase sobra el que no va a aprender, pero también el que no va a enseñar”.
Todos podemos ser zoquetes… Pero todos podemos dejar de serlo.