divendres, 29 de juliol del 2011

Dignificar para innovar

Por Samuel López Carril,
estudiante de Teoría y Práctica del Currículum de la EF

Vivimos en una sociedad en la que cada vez los cambios se producen a una velocidad mayor. Lo nuevo pasa a estar obsoleto apenas transcurridos unos meses. La ideología del consumo campa a sus anchas por nuestras calles amparada por un capitalismo voraz. La escuela es susceptible de recibir las nuevas tendencias sociales a través de los elementos que la constituyen, a saber: profesores, alumnos, padres… Cuando todos esos cambios vertiginosos chocan contra estructuras escolares incapaces de cambiar a la misma velocidad que la sociedad aparecen los conflictos. Ante este panorama cada vez se otorgan más funciones a los docentes y, paradójicamente, su figura resulta más cuestionada y minusvalorada. ¿Realmente alguien se preocupa por cómo se sienten los docentes? Pocos… Los políticos, que apenas tienen contacto con la realidad escolar, aprueban y derogan leyes educativas que cambian la forma pero no el contenido, y que terminan por confundir al profesorado. Los padres, dejan su autoridad por los suelos, y no dudan en acribillarlos ante la mínima contrariedad de sus mimados hijos. Incluso entre profesores hay grandes tensiones y desavenencias favorecidas por un sistema escolar tan burocratizado, politizado e institucionalizado que termina por maniatar cualquier atisbo de proyecto innovador por parte de los docentes.

Carbonell (2001), propone que toda iniciativa de proceso de innovación debe de nacer en el seno del centro escolar. El docente debe de ser el impulsor de proyectos innovadores, que echen raíces y que se expandan desde dentro hacia fuera, pudiendo llegar hasta la sociedad. Fullan (2002) dice que "el cambio educativo depende de lo que los profesores hacen y piensan: así de fácil y así de complicado". Siguiendo a estos dos autores, entiendo que los profesores son los verdaderos protagonistas del cambio educativo. ¿Qué pasa si se encuentran desmotivados, deprimidos o excesivamente ocupados resolviendo asuntos que no deberían? En estas condiciones, ¿cómo van a poder afrontar con garantías proyectos de cambio? ¿De dónde van a sacar el tiempo para ello?

El que los docentes tengan tantas funciones que cumplir repercute negativamente en la calidad de la enseñanza. Un claro ejemplo de ello gira en torno al libro de texto. Los profesores tienden a depender profesionalmente de él como el material curricular protagonista del proceso enseñanza-aprendizaje. Quiero aclarar que no me sitúo en contra del uso libro de texto, ya que el potencial de los materiales curriculares depende en buena medida de su uso. Pero si pensamos en la cantidad de cosas que un profesor tiene que atender y solucionar, no es extraño que el libro se revele como la salvación para muchos docentes, y que lo utilicen para pautar ordenadamente el programa, las actividades, e incluso el tipo de evaluaciones a realizar. El libro de texto pasa así a ser un dogma que relega al profesorado a adoptar un papel pasivo ligado a una metodología tradicional. Cosa que deteriora la calidad de la educación y que aleja al profesorado de su protagonismo innovador.

Mientras tanto, la sociedad mira con lupa todos los movimientos que se dan en la escuela y se apresura a juzgar sin conocer. A mi juicio, la crisis de la profesión y, más concretamente, de la innovación profesional está ligada a palabras como estrés, desmotivación y depresión con las que se retrata al docente del siglo XXI. Tenemos un profesorado molesto, quemado, poco autónomo, y con escaso reconocimiento social. Ante ese panorama, ¿es justo exigirles que además innoven?

Sí. Porque por muy complejo que resulte, el cambio educativo tiene que girar en torno a la figura del docente. Carbonell (2001) ve necesaria la vocación, la pasión y el compromiso por parte de los profesores, así como sentir curiosidad por adquirir nuevos conocimientos para “reciclarse” y poder seguir el ritmo de los vertiginosos cambios de la sociedad actual. También destaca que la función última del docente es la de desarrollar al máximo las potencialidades del alumno. Estoy totalmente de acuerdo con él, y precisamente por ello veo necesario que previamente luchemos por mejorar las condiciones laborales del docente, de tal forma que favorezcan su autonomía y su verdadero protagonismo en la creación y desarrollo del currículum. Al pensar en el profesorado tenemos que intentar sustituir las palabras que he nombrado anteriormente (estrés, depresión, desilusión…), por verbos como animar, facilitar, orientar, guiar, mirar, acoger, aceptar, comprender, buscar, entender, comunicar, adaptar, integrar, normalizar, escuchar, dar, sorprender, informar, mirar, apoyar, ofrecer, acercar, mediar, hablar, soñar, sonreír, promover, imaginar, crear, inventar, transformar, pensar, idear, combinar, aprovechar, reciclar, describir, explorar, responder, descubrir, diseñar, planificar, enfocar, suavizar, programar, ilusionar, relajar, cualificar, explicar, enseñar, aprender, coordinar, estudiar, aplicar, participar, ayudar... Por ello, opino que para innovar es preciso dignificar antes la profesión del docente. Sólo de esta forma el profesorado podrá sacar lo mejor de sí mismo para conseguir que el alumnado saque lo mejor de sí mismo.

(Carbonell, 2001:113-114)

Agradecimientos
:

Quiero agradecer a Víctor Pérez Samaniego su colaboración mediante interesantes sugerencias para la elaboración del texto final de este artículo.

Referencias bibliográficas:

Area, M. (1996). La tecnología educativa y el desarrollo e innovación del currículum. Actas del XI Congreso Nacional de Pedagogía, Tomo I, Ponencias.

Carbonell, J. (2001). La aventura de innovar. El cambio en la escuela. Madrid: Morata.

Mena, B. (1997). Tecnología Educativa, Nuevas Tecnologías y desarrollo e innovación del currículum. Revista de Pedagogía de la Universidad de Salamanca, 9, 99-122.

Torres, J. (2006). La desmotivación del profesorado. Madrid: Morata.