Por Juan Manuel Candela Andrés,
estudiante de Planificación y evaluación de la AF y el Deporte
- ¿Cómo lo llevas?
- Mal, muy mal…
- ¡Venga, ánimo, que mañana es el último, y ya se acaba todo!
- Yo el último tema no me lo voy a estudiar, no me da tiempo, además, no creo que saque muchas preguntas de ahí.
- ¡Que ganas tengo de que se acabe esto! De salir mañana del examen y olvidarme de todo, por lo menos durante un mes, si apruebo bien, y si no, pues…bueno, por una que me caiga para septiembre no pasa nada, y casi mejor, te digo yo que esta asignatura te la tomas con tiempo, una semana o dos, y te sube la media. ¿Qué media tienes tú?
- No sé, pero no mucha…
- Bueno, me voy a mi cuarto, a ver si le doy el último repaso.
El día de antes de un examen, la mañana, la tarde, la noche, si me pusiese a escribir todo lo que puede llegar a pasar por mi cabeza a lo largo de este día no cabría en una libreta. Hemos sido evaluados prácticamente desde el primer día de nuestra vida, y como prácticamente todo en ella, las situaciones a las que nos enfrentamos se van haciendo más difíciles con los años, siendo para todos más costosa y difícil de superar.
En la guardería simplemente éramos unos “soles” por ser cariñosos con la maestra, no salirnos del dibujo cuando coloreábamos y no llenar de arañazos al primer compañero que pasaba por al lado, o unos “insoportables” si llorábamos por la mínima, si no dormíamos en el tiempo de la siesta o queríamos todos los juguetes a la misma vez. En Primaria ya empezamos a familiarizarnos con algo llamado examen, no sabemos bien en qué consiste, pero de ello depende que el profesor te encasille en un lado u otro, te trate de una manera u otra, ser más listos o más tontos, y principalmente de ser o no un buen alumno. Con un mínimo de esfuerzo, unas cuantas sumas y divisiones bien hechas y con unos pocos países con sus respectivas capitales “Progresas Adecuadamente” y te plantas en el instituto. Amigos nuevos, amigas nuevas, un cuerpo y una mente en vías de desarrollo, profesores distintos y exámenes distintos, que te hacen saber si lo tuyo son las letras, los números, o la fábrica, en el caso de que ninguna de las dos anteriores se te den bien. El instituto pasa muy rápido, lleno de preguntas complicadas con respuestas sencillas: Selectividad. Todo va encaminado a ella, y no te queda otra que aprender, sistematizar, y si tienes tiempo y narices (y un buen profesor) comprender un mínimo de contenidos y superar unos determinados objetivos que te han sido impuestos para obtener una nota media, lo suficientemente alta, que te permita elegir lo que verdaderamente te gustaría aprender. Haciendo una mínima reflexión te das cuenta de la cantidad de gente que se ha quedado a mitad de camino por un simple número, y de cómo pueden llegar a degradar estos exámenes las expectativas de vida de las personas. Ante esto y la costumbre de jugártelo todo a uno o varios exámenes, no puedes dejar de plantearte el aprendizaje como una competición, una maratón donde participan tres tipos de estudiantes: los que corren para ganar, que optan a la máxima nota, no importándoles los medios que tengan que llevar a cabo para conseguirlo; los que corren para acabar la carrera, que firmarían un aprobado en todas las asignaturas; y los que simplemente disfrutan corriendo, que disfrutan con el simple hecho de aprender (estando éstos totalmente condicionados si quieren tener un “buen resultado” en la carrera). Digo esto porque muchas veces uno se plantea porqué estudia, y la única respuesta que se nos ocurre es el simple hecho de aprobar un examen. Para un estudiante no es lo mismo leer un artículo que estudiarlo, siendo diferente también los contenidos que extrae del mismo. Verdaderamente no sé cómo reaccionaría a una educación sin exámenes, cuando lo único que he hecho hasta ahora ha sido examinarme, obteniendo todo tipo de experiencias, unas mejores y otras peores, pudiendo sacar siempre de ambas una parte positiva.
Los exámenes han adquirido tal importancia en los estudiantes que incluso marcan sus propios estilo de vida, formando una parte de su personalidad, poniendo a prueba constantemente la responsabilidad de cada uno a la hora de ponerse a estudiar, añadiendo al calendario particular dos estaciones más: primavera, verano, otoño, invierno y dos épocas de exámenes, épocas grises a pesar de días soleados, en las que te quejas de todo y la mínima tontería te hace reír o perder la concentración de tus apuntes durante un tiempo indeterminado. Después del calor viene el frío, y en las universidades e institutos, después de la calma llega la tempestad de los exámenes, y después de esta tempestad otra vez la calma correspondiente. (…)
- ¿Iodavía estás aquí? Yo voy a comer algo y me acuesto, que a estas horas ya soy incapaz de concentrarme, sólo en “tonterías”, de todas formas… como decía mi profesora de Lengua antes de comenzar un examen: alea iacta est.
-¿Qué significa eso?
- Que “la suerte está echada”… A saber qué examen pone éste mañana…
- Yo el último tema no me lo voy a estudiar, no me da tiempo, además, no creo que saque muchas preguntas de ahí.
- ¡Que ganas tengo de que se acabe esto! De salir mañana del examen y olvidarme de todo, por lo menos durante un mes, si apruebo bien, y si no, pues…bueno, por una que me caiga para septiembre no pasa nada, y casi mejor, te digo yo que esta asignatura te la tomas con tiempo, una semana o dos, y te sube la media. ¿Qué media tienes tú?
- No sé, pero no mucha…
- Bueno, me voy a mi cuarto, a ver si le doy el último repaso.
El día de antes de un examen, la mañana, la tarde, la noche, si me pusiese a escribir todo lo que puede llegar a pasar por mi cabeza a lo largo de este día no cabría en una libreta. Hemos sido evaluados prácticamente desde el primer día de nuestra vida, y como prácticamente todo en ella, las situaciones a las que nos enfrentamos se van haciendo más difíciles con los años, siendo para todos más costosa y difícil de superar.
En la guardería simplemente éramos unos “soles” por ser cariñosos con la maestra, no salirnos del dibujo cuando coloreábamos y no llenar de arañazos al primer compañero que pasaba por al lado, o unos “insoportables” si llorábamos por la mínima, si no dormíamos en el tiempo de la siesta o queríamos todos los juguetes a la misma vez. En Primaria ya empezamos a familiarizarnos con algo llamado examen, no sabemos bien en qué consiste, pero de ello depende que el profesor te encasille en un lado u otro, te trate de una manera u otra, ser más listos o más tontos, y principalmente de ser o no un buen alumno. Con un mínimo de esfuerzo, unas cuantas sumas y divisiones bien hechas y con unos pocos países con sus respectivas capitales “Progresas Adecuadamente” y te plantas en el instituto. Amigos nuevos, amigas nuevas, un cuerpo y una mente en vías de desarrollo, profesores distintos y exámenes distintos, que te hacen saber si lo tuyo son las letras, los números, o la fábrica, en el caso de que ninguna de las dos anteriores se te den bien. El instituto pasa muy rápido, lleno de preguntas complicadas con respuestas sencillas: Selectividad. Todo va encaminado a ella, y no te queda otra que aprender, sistematizar, y si tienes tiempo y narices (y un buen profesor) comprender un mínimo de contenidos y superar unos determinados objetivos que te han sido impuestos para obtener una nota media, lo suficientemente alta, que te permita elegir lo que verdaderamente te gustaría aprender. Haciendo una mínima reflexión te das cuenta de la cantidad de gente que se ha quedado a mitad de camino por un simple número, y de cómo pueden llegar a degradar estos exámenes las expectativas de vida de las personas. Ante esto y la costumbre de jugártelo todo a uno o varios exámenes, no puedes dejar de plantearte el aprendizaje como una competición, una maratón donde participan tres tipos de estudiantes: los que corren para ganar, que optan a la máxima nota, no importándoles los medios que tengan que llevar a cabo para conseguirlo; los que corren para acabar la carrera, que firmarían un aprobado en todas las asignaturas; y los que simplemente disfrutan corriendo, que disfrutan con el simple hecho de aprender (estando éstos totalmente condicionados si quieren tener un “buen resultado” en la carrera). Digo esto porque muchas veces uno se plantea porqué estudia, y la única respuesta que se nos ocurre es el simple hecho de aprobar un examen. Para un estudiante no es lo mismo leer un artículo que estudiarlo, siendo diferente también los contenidos que extrae del mismo. Verdaderamente no sé cómo reaccionaría a una educación sin exámenes, cuando lo único que he hecho hasta ahora ha sido examinarme, obteniendo todo tipo de experiencias, unas mejores y otras peores, pudiendo sacar siempre de ambas una parte positiva.
Los exámenes han adquirido tal importancia en los estudiantes que incluso marcan sus propios estilo de vida, formando una parte de su personalidad, poniendo a prueba constantemente la responsabilidad de cada uno a la hora de ponerse a estudiar, añadiendo al calendario particular dos estaciones más: primavera, verano, otoño, invierno y dos épocas de exámenes, épocas grises a pesar de días soleados, en las que te quejas de todo y la mínima tontería te hace reír o perder la concentración de tus apuntes durante un tiempo indeterminado. Después del calor viene el frío, y en las universidades e institutos, después de la calma llega la tempestad de los exámenes, y después de esta tempestad otra vez la calma correspondiente. (…)
- ¿Iodavía estás aquí? Yo voy a comer algo y me acuesto, que a estas horas ya soy incapaz de concentrarme, sólo en “tonterías”, de todas formas… como decía mi profesora de Lengua antes de comenzar un examen: alea iacta est.
-¿Qué significa eso?
- Que “la suerte está echada”… A saber qué examen pone éste mañana…
11 comentaris:
La fobia a los exámenes afecta cada vez a más universitarios
Sus víctimas son entre el 8 y el 15% de la población universitaria, y las mujeres son más propensas. Provoca tensión, temblores y ansiedad a la hora de participar en clases grupales o tener que dirigirse a un profesor. Muchos jóvenes hasta dejan sus estudios por no poder superar esta problemática en alza. Las relaciones familares pueden ser determinantes.
Por Laura Gambale
Nervios. Estudiar no es el problema, pero cuando hay que rendir los orales, el miedo se dispara.
Temblores, insomnio y respiración acelerada son algunos de los síntomas más comunes de la fobia social y una de sus derivados, la fobia a los exámenes que, en la actualidad, padece de un 8 a 15% de la población universitaria. Ambas patologías están relacionadas y tienen a la ansiedad como protagonista. “La fobia social es un trastorno de ansiedad dependiente del entorno, que se activa frente al público por miedo a ser evaluado negativamente. Lo más común es que los alumnos no se animen a levantar la mano en clase por temor a preguntar algo estúpido, y mucho menos proponerse para exponer algún trabajo realizado en grupo. La fobia a exámenes está íntimamente relacionada con la social y se activa ante la inminencia de un examen final, es focalizada, y se agudiza cuando es de forma oral”, explicó el licenciado Guillermo Del Valle, director del Centro de Ansiedad Social. “En mi experiencia en el consultorio, la edad promedio es de 20 años, mayormente le ocurre a las mujeres y las personalidades más propensas son las introvertidas, exigentes y obsesivas”, finalizó.
Vértigo. “Frené el estudio y hasta tuve que cambiarme de carrera”, comentó Ana, estudiante de Psicología y con 3 años de Medicina en su haber. El mayor miedo despertó con una materia particular por la actitud intimidatoria del profesor. “Al momento de dar el examen final sentía que me iba a preguntar algo que no sabía y que me iba a humillar. Por mi ansiedad, la noche anterior casi no dormía y al llegar la hora de levantarme sentía los pies pesados e inmóviles, lo que terminaba siendo una ‘buena excusa’ para no ir a rendir”, detalló.
ADN familiar. “En general, las personas que tienen fobia social tuvieron experiencias infantiles traumáticas, fueron criados en ámbitos familiares muy exigentes, rígidos, represivos, y con padres que utilizaban el castigo como forma predominante de aprendizaje”, consideró el licenciado Ariel Minicí, del Cetecic (Centro de Terapia Conductivo Conductual y Ciencias del Comportamiento) y aseguró que “con tratamiento adecuado un 95% de los casos se resuelve de forma definitiva”.
Ataque de nervios
*En el mundo, según el Manual diagnóstico y estadístico de los desordenes mentales, las personas que padecen fobia social oscilan entre el 3 y el 13%. En las grandes urbes afecta a más de un 10% y en ámbitos rurales, a menos del 5%.
*Los tratamientos más utilizados son: técnicas de manejo de la ansiedad, control de la respiración abdominal, relajación muscular, pensamientos y afirmaciones positivas y ensayo oral antes de rendir solo o con un compañero.
*A los 20 años es la edad promedio en que se activan la fobia social y, especialmente, el miedo a los exámenes.
Borja Suárez
Es un comentario que me ha llamado mucho la atención porque siempre he pensado en los efectos que podían generar los examenes en la personas. Tenía la idea que podrían ocasionar problemas serios para la salud tanto física como psicológica.
Existe otro comentario también interesante como el siguiente: http://www.cognitivoconductual.org/content.php?a=24
La pregunta final sería:¿Puede existir una sociedad donde no se le obligue a los estudiantes a sacar la máxima nota; sinó, aprender lo máximo sin examinarlos?
Hoy en día se obliga a todo estudiante a tener que sacar el máximo de nota para cualquier cosa, incluso para poder elegir el horario del curso que viene.
Borja Suárez
Me ha gustado este post, pues habla de algo a lo que estamos sometidos todos los estudiantes y siempre nos ha causado, en mayor o menor medida, desagrado.
Yo muchas veces hago comparaciones entre el tiempo necesario para llevar adelante un trabajo o negocio y el tiempo necesario para aprobar todas las asignaturas siendo un buen estudiante, o sea, con nota. Y muchas veces veo que estudiar para sacar nota te va a llevar mucho más tiempo que ponerse a trabajar.
Claro, luego evalúo el esfuerzo necesario para cada una de las acciones:
-Normalmente el trabajo suele ser más duro que escuchar una clase magistral, al igual que dispones de menos libertades.
-No puedes faltar ni un día.
-Tienes menos vacaciones.
-Hay jefes que pueden no gustarte (al igual que profesores que pueden no gustarte).
-Normalmente o en la mayoría de los casos no haces cosas por voluntad propia (aunque estudiando es muy normal que esto también suceda).
Ahora, si juntamos este pensamiento (que parece ser bastante frecuente en los estudiantes) con el gran estrés de una época de exámenes finales en la cual el alumno debe aprobarlos o todo el año de estudios no habrá servido para nada, con todo lo que ello implica: enfados familiares, alejamiento de los amigos de clase, repetir lo mismo que ya se ha hecho, etc… pues obtenemos un alumno que no quiere recibir educación y quiere ponerse a trabar, podemos decir también que obtenemos un fracaso escolar, un alumno deprimido, un mal estudiante, un zoquete… Entre otras acepciones.
El estrés académico, se puede definir como aquel que se produce relacionado con el ámbito educativo.
Como muy bien ha comentado el autor del post, la entrada a la universidad es uno de los mayores elementos productores de estrés en los estudiantes. A continuación citaré una afirmación en la cuál se explica este hecho.
Según Fisher (1984, 1986): "la entrada en la Universidad (con los cambios que esto supone) representa un conjunto de situaciones altamente estresantes debido a que el individuo puede experimentar, aunque sólo sea transitoriamente, una falta de control sobre el nuevo ambiente, potencialmente generador de estrés y, en último término, potencial generador -con otros factores- del fracaso académico universitario".
Aunque es cierto que el estrés académico se produce principalmente en los periodos de exámenes, un estudio de Fisher y Hood (1987)determina que no solo se produce estrés ante situaciones de evaluación: Los datos de la muestra mostraron que "Todos ellos experimentaron un incremento significativo en niveles de depresión, síntomas obsesivos y pérdida de concentración tras seis semanas de permanencia en la Universidad".
Esto nos indica que el fenómeno del estrés académico no debe unirse exclusivamente a la realización de exámenes aun siendo éste un elemento de suma importancia".
Por último me gustaría añadir que existe un instrumento de evaluación del estrés académico para universitarios, denominado Inventario de Estres Académico, desarrollado por los psicólogos Hernández, Polo y Pozo en 1996.
Fuente: http://www.unileon.es/estudiantes/atencion_universitario/articulo.pdf
¿Lo realmente importante es evaluar al alumno o que aprenda? Bien es cierto que para la obtención de un título académico es necesario asegurarse de que ciertos conocimientos han sido adquiridos. Pero, ¿son los exámenes realmente efectivos con su cometido? Creo que esto es algo que nos planteamos tanto los alumnos como los profesores. Parece que es pura burocracia para hacer las cosas más fáciles al profesorado y quitar responsabilidades.
Yo creo que todo sería más fácil si los valores cambiaran. Vuelvo a mi pregunta inicial, ¿qué importa más, evaluar o enseñar? Yo personalmente siento que he aprendido mucho más en cursos en los que no había evaluación que en aquellos con examen final, pues la motivación era intrínseca, pero en la facultad, a pesar de mi afán por aprender, no puedo evitar ajustarme a las necesidades del examen.
Seguro que se puede comprobar de otras formas esta asimilación de conocimientos que serán necesarios para nuestra futura profesión sin tener que hacernos pasar por este autentico calvario en la época de exámenes, que como bien dice Juanma, autor del post, tenemos marcado con negro en el calendario.
Hacer entrevistas con el profesorado es una opción al examen escrito. Éstas podrían ir encaminadas a que todos los alumnos estuvieran aptos y que el profesor se asegurara de que todos y cada uno de sus alumnos estuvieran cualificados y con los conocimientos que el profesor haya deseado inculcar, solucionando las dudas que el alumno tuviera hasta ese momento, que sería el requisito para dar el apto, además del día a día en clase (si un alumno asiste a una clase no obligatoria ya quiere decir algo, ¿no?). Para ello, profesor y alumno tendrían que tener la delicadeza y la ética de ponerse al mismo nivel, el alumno responsabilizándose de su aprendizaje (alumno que disfruta corriendo), y el profesor sin subestimar la capacidad de aprender del alumno. Esto parece algo utópico, pero pienso que no sería tan difícil. Un profesor debería tener pasión por su asignatura, enseñar a aprender y a disfrutar aprendiendo, dándole una motivación al alumno transmitiéndole esa pasión de una manera u otra
Ahora relaciono la dificultad para encontrar más opciones evaluativas, o mejor dicho, de comprobación de conocimientos con un video expuesto en clase de Metodología de la Enseñanza este curso ( http://humanismoyconectividad.wordpress.com/2011/01/12/paradigmas-ken-robinson/ ) , donde se habla de que desde que somos niños se cierran las puertas a la creatividad y al aprendizaje divergente, obligándonos a dirigir nuestra mente hacia lo estipulado, sin opción a otra cosa, y no dando pie a algo mejor. Con esto de Bolonia parece que las evaluaciones han de ser cada vez más duras para enseñarnos aquello con lo que nos vamos a encontrar en el mundo laboral: , clasificacion, competitividad, anticompañerismo, trabajo en grupo pero con la intención de ser el mejor de todos… ¿No nos damos cuenta de que esas actitudes egocéntricas se están inculcando desde los sistemas educativos? Ser el mejor significa que otro ha ser el peor, ¿pero no podríamos ser todos simple y llanamente “aptos”?
Ahora dos cuestiones en relación:
¿No puede estar más preparada una persona autodidacta que no tenga un título ni haya sufrido una evaluación durante cada fase de su aprendizaje? Pero claro, hace falta el papelito que es lo que está mandado… Enlazo otro video que habla de Bolonia y el dichoso “papelito” ( http://www.youtube.com/watch?v=sUYBKSm9Si4&feature=share ).
Y por último algo que también me hace gracia: ¿Porque no se evalúa cada cierto tiempo a los profesores y se examina que hagan bien su trabajo? En nuestra universidad de valencia, concretamente la de ciencias de la actividad física y del deporte, hemos visto como profesores irrespetuosos se aprovechaban de su cargo como docentes y nos decían que “ellos de allí no se van a ir por muy mal que lo hagan” (palabras textuales) y aunque en las evaluaciones que los alumnos hacemos para ellos salgan todas las encuestillas negativas ellos tienen su puesto fijo y les da lo mismo 8 que 80. ¿No será igual o más importante que los profesores estén 100% preparados, ilusionados, y motivados por dar una buena enseñanza?
Así se queda mi humilde reflexión…
Me ha gustado mucho esye post. Y estoy completamente de acuerdo con Albor, solo añadir lo siguiente.
Hace ya tiempo que la mayoria de estudiantes nos preguntamos si realmente es necesario este sistema de evaluacion en el que simplemente se evalua los conocimientos puntuales de las personas en un momento determinado de su vida. ¿Realmente vale la pena este sistema en el que los alumnos tienen en la mayoria de los casos que memorizar unos textos y responderlos mas adelante en una prueba para olvidarlos a los pocos dias de haber terminado esta?. Lo que quiero decir es que estamos ante un sistema que evalua si somos en ese momento unas buenas maquinas de memorizar, pero no evalua si mas adelante, cuando trabajemos, vamos a ser capaces de aplicar aquello que una vez nos hicieron aprender. En mi opinion el sistema deberia estar mas encaminado a intentar enseñarnos la parte aplicable de todo lo enseñado, y no la parte practica que no se puede aplicar y que se olvida al poco tiempo de ser aprendida. Deberia haber algun mecanismo de control posterior a la hora de trabajar, y de ser un profesional y no a la hora de aprender de manera que todo el mundo este preocupado por tener un (como bien dice Albor) "papelito" que lo unico que demuestra es que en su dia memorizabas que daba gusto oirte como un loro, pero no que seas un profesional ahora mismo.
Desde pequeño siempre ha estado presente en mi vida y en la de todos los estudiantes la realización de exámenes. Respecto a estos, decir que se les da más importancia de lo que son y creo que el motivo principal es simplemente por el temor que se siente al escuchar la palabra “examen”. Pienso que en general a todos los estudiantes cuando escuchan la palabra examen, se les coloca en el cuerpo una sensación de estrés y agobio, sin embargo esta va desapareciendo poco a poco mientras se va realizando el examen. Esto ocurre más frecuentemente sobre todo en aquellas asignaturas en que los estudiantes se juegan todo a un control o un examen al final del cuatrimestre. Considero que lo más lógico seria realizar varios exámenes o varias pruebas a lo largo del curso por varias razones, una de ellas es que un mal día lo puede tener cualquiera, otra porque los alumnos realizando solo un examen al final del cuatrimestre están sometidos a una gran presión. Además realizando varios exámenes durante el cuatrimestre junto con la realización de otros trabajos observaríamos que las notas son mucho más altas en general y realmente se les facilita el aprendizaje a los alumnos, de esta forma consiguen adquirir mayores conocimientos. Esto se debe principalmente a que no incluyen tanta materia para cada examen y es más fácil memorizarla, por el contrario, realizando un solo examen tenemos muchos contenidos para aprender y son más difíciles de recordar, lo que conlleva que una vez realizada la prueba todo se olvida, sino todo, la mayoría de las cosas.
Para mi el resultado obtenido en un examen no contiene todo el conocimiento que un alumno/a puede tener, por muy bajo o alto que lo sea. En este sentido, por mi experiencia como estudiante y de varios compañeros, en muchas asignaturas no se estudian los contenidos sino que se estudia la metodología que ha utilizado el profesor en los exámenes anteriores y aquellos aspectos más importantes.
Como conclusión me gustaría decir que no estoy de acuerdo en la realización de exámenes. Pienso que existen diversas técnicas de evaluación más adecuadas para observar el conocimiento de los alumnos que la realización de un único examen.
Exámenes, Exámenes, Exámenes y mas exámenes… ¿aprobar o suspender?¿estudiar o aprender? ¿perder o ganar?. Estos métodos nos han influenciado en nuestro quehacer y nos han encaminado hacia unas rutas u otras.
Conforme pasa el tiempo y maduramos, nos damos cuenta de lo que realmente significan los exámenes para nosotros y pensamos (o por lo menos la gran mayoría), que estamos siendo “engañados” y tratados como máquinas que encasillan en unos números para luego ser etiquetados y enviados a unos lugares que (posiblemente) no sean los más adecuados o convenientes para cada individuo. Está claro que el humano si quiere aprender, tiene que estudiar o por lo menos leer para extraer y adquirir conocimientos, pero no basar su aprendizaje en pruebas de evaluación.
Según mi experiencia, los exámenes me han causado durante toda mi vida escolar y universitaria (y me seguirán causando) todos esos problemas que mencionaba Juan Manuel Candela y algunos de los compañeros que han comentado en sus posts. Pero también me han hecho reflexionar profundamente, y de una forma u otra, han provocado en mí una sensación de abandono, desmotivación y pasotismo. Esto lo digo porque estos tests evaluativos me han hecho perder todo tipo de esperanza por el aprendizaje y me han inducido a lo que parece que quieren que hagamos… estudiar por estudiar y memorizar millones de palabras sin sentido para plasmarlas y “vomitarlas” sobre el papel el día señalado.
Por otra parte, debo añadir (como dice mi compañero Juan Manuel) que yo tampoco sé cómo sería una educación sin exámenes, pero lo que sí sé es que acarrea situaciones totalmente diferentes a las que nos tienen acostumbrados. Es decir, el hecho de que no existan este tipo de pruebas nos cambia por completo los esquemas y nos sumerge en un mundo de responsabilidad, voluntad y sacrificio en el que nosotros somos los únicos que podemos aprender y debemos hacerlo por nuestra propia cuenta, aunque también debemos estar respaldados y apoyados en buenos profesores que nos faciliten nuestras tareas de aprendizaje.
“La responsabilidad del profesor está en garantizar que aquello que los alumnos estudian, leen y aprenden merece la pena que sea objeto de aprendizaje. La de los alumnos, consiste en tomar conciencia de que ellos son los responsables máximos de su propio aprendizaje, como ejercicio de voluntad que es.”
J.M. Álvarez Méndez (2001). “Evaluar para conocer, examinar para excluir”. Edit. Morata, Madrid.
Hay tantas preguntas que se pueden hacer sobre este post,¿Por qué hay que jugarse un curso a una o tres cartas (es igual)?,¿Quién no odia los exámenes? ¿Quién no ha sufrido una evaluación “injusta” alguna vez?,¿Y si ese día la persona alumno está mal?
El problema no son los exámenes en sí, sino el ánimo con el que alumnos y profesores nos enfrentamos a ellos.
Yo he tenido/tengo profesores que los utilizan tanto para conseguir “pillar” a los que no se han estudiado algo como para comprobar realmente si las clases han valido para algo. Y también tengo compañeros que acuden a un examen pensando “a ver si me se 5 de diez y paso” y “me da igual que me pregunten, porque me lo se todo”.
En la vida aparte de para una entrevista de trabajo (y hablo de la mayoria de trabajos) no son necesarios los exámenes, el trabajo diario es lo que importa realmente… Por ello deberiamos preguntarnos realmente si los examenes en sí es la manera correcta de preparar los futuros trabajadores.
Creo que es una de las entradas que mas me ha gustado desde hace mucho tiempo. Más que nada por la manera en que te lo cuenta, una manera de como si te estuviera leyendo una receta perfecta para sacar un delicioso pastel, que en este caso es el estudiante. Luego me ha gustado mucho la manera que ha tenido para empezarlo y acabarlo, es algo cotidiano para los que tenemos compañeros de piso y nos encontramos en época de exámenes.
Luego quiero hablar sobre el estudiante que sufre el estrés por saber si la elección de una carrera universitaria es la correcta o no. Y el miedo que supone el darse cuenta y tener que comentárselo a sus padres o familiares. Pero decide callarse y apechugar con la decisión que tomo, y por momentos piensa que posiblemente si acertó con la elección de esa carrera. Pero llega la época de exámenes y el nivel de amargura mezclado con el estrés y tener que estudiar horas y horas algo que no le gusta hace que se deprima tanto que su frustración aumenta a niveles incalculables. Pero después de esa tormenta llegan las notas y mira por donde las calificaciones son positivas. Por lo que decide seguir estudiando esa carrera. y así se va creando un circulo sin fin. El verdadero problema esta cuando su época de estudiante termine y tenga que dedicar el resto de su vida a hacer algo que no le gusta para nada. Y lo único que le quedará por hacer sera pensar porque no cambio de carrera en su día.
Por eso creo que un papel como es el de orientador profesional, que en otros países como EEUU se utilizan mucho no vendría nada mal darles más importancia en nuestro país y así ayudar a nuestros jóvenes estudiantes en la elección de su salida profesional.
Aquí dejo un enlace de una viñeta que me ha gusta mucho.
http://www.cuantarazon.com/783439/alan-watts
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