Por Juan Manuel Candela Andrés,
estudiante de Planificación y evaluación de la AF y el Deporte
- ¿Cómo lo llevas?
- Mal, muy mal…
- ¡Venga, ánimo, que mañana es el último, y ya se acaba todo!
- Yo el último tema no me lo voy a estudiar, no me da tiempo, además, no creo que saque muchas preguntas de ahí.
- ¡Que ganas tengo de que se acabe esto! De salir mañana del examen y olvidarme de todo, por lo menos durante un mes, si apruebo bien, y si no, pues…bueno, por una que me caiga para septiembre no pasa nada, y casi mejor, te digo yo que esta asignatura te la tomas con tiempo, una semana o dos, y te sube la media. ¿Qué media tienes tú?
- No sé, pero no mucha…
- Bueno, me voy a mi cuarto, a ver si le doy el último repaso.
El día de antes de un examen, la mañana, la tarde, la noche, si me pusiese a escribir todo lo que puede llegar a pasar por mi cabeza a lo largo de este día no cabría en una libreta. Hemos sido evaluados prácticamente desde el primer día de nuestra vida, y como prácticamente todo en ella, las situaciones a las que nos enfrentamos se van haciendo más difíciles con los años, siendo para todos más costosa y difícil de superar.
En la guardería simplemente éramos unos “soles” por ser cariñosos con la maestra, no salirnos del dibujo cuando coloreábamos y no llenar de arañazos al primer compañero que pasaba por al lado, o unos “insoportables” si llorábamos por la mínima, si no dormíamos en el tiempo de la siesta o queríamos todos los juguetes a la misma vez. En Primaria ya empezamos a familiarizarnos con algo llamado examen, no sabemos bien en qué consiste, pero de ello depende que el profesor te encasille en un lado u otro, te trate de una manera u otra, ser más listos o más tontos, y principalmente de ser o no un buen alumno. Con un mínimo de esfuerzo, unas cuantas sumas y divisiones bien hechas y con unos pocos países con sus respectivas capitales “Progresas Adecuadamente” y te plantas en el instituto. Amigos nuevos, amigas nuevas, un cuerpo y una mente en vías de desarrollo, profesores distintos y exámenes distintos, que te hacen saber si lo tuyo son las letras, los números, o la fábrica, en el caso de que ninguna de las dos anteriores se te den bien. El instituto pasa muy rápido, lleno de preguntas complicadas con respuestas sencillas: Selectividad. Todo va encaminado a ella, y no te queda otra que aprender, sistematizar, y si tienes tiempo y narices (y un buen profesor) comprender un mínimo de contenidos y superar unos determinados objetivos que te han sido impuestos para obtener una nota media, lo suficientemente alta, que te permita elegir lo que verdaderamente te gustaría aprender. Haciendo una mínima reflexión te das cuenta de la cantidad de gente que se ha quedado a mitad de camino por un simple número, y de cómo pueden llegar a degradar estos exámenes las expectativas de vida de las personas. Ante esto y la costumbre de jugártelo todo a uno o varios exámenes, no puedes dejar de plantearte el aprendizaje como una competición, una maratón donde participan tres tipos de estudiantes: los que corren para ganar, que optan a la máxima nota, no importándoles los medios que tengan que llevar a cabo para conseguirlo; los que corren para acabar la carrera, que firmarían un aprobado en todas las asignaturas; y los que simplemente disfrutan corriendo, que disfrutan con el simple hecho de aprender (estando éstos totalmente condicionados si quieren tener un “buen resultado” en la carrera). Digo esto porque muchas veces uno se plantea porqué estudia, y la única respuesta que se nos ocurre es el simple hecho de aprobar un examen. Para un estudiante no es lo mismo leer un artículo que estudiarlo, siendo diferente también los contenidos que extrae del mismo. Verdaderamente no sé cómo reaccionaría a una educación sin exámenes, cuando lo único que he hecho hasta ahora ha sido examinarme, obteniendo todo tipo de experiencias, unas mejores y otras peores, pudiendo sacar siempre de ambas una parte positiva.
Los exámenes han adquirido tal importancia en los estudiantes que incluso marcan sus propios estilo de vida, formando una parte de su personalidad, poniendo a prueba constantemente la responsabilidad de cada uno a la hora de ponerse a estudiar, añadiendo al calendario particular dos estaciones más: primavera, verano, otoño, invierno y dos épocas de exámenes, épocas grises a pesar de días soleados, en las que te quejas de todo y la mínima tontería te hace reír o perder la concentración de tus apuntes durante un tiempo indeterminado. Después del calor viene el frío, y en las universidades e institutos, después de la calma llega la tempestad de los exámenes, y después de esta tempestad otra vez la calma correspondiente. (…)
- ¿Iodavía estás aquí? Yo voy a comer algo y me acuesto, que a estas horas ya soy incapaz de concentrarme, sólo en “tonterías”, de todas formas… como decía mi profesora de Lengua antes de comenzar un examen:
alea iacta est.
-¿Qué significa eso?
- Que “la suerte está echada”… A saber qué examen pone éste mañana…